por Robert Marcial González. 27 de abril de 2025
El fortalecimiento de la Democracia Constitucional depende, en gran medida, de la capacidad que tenga una sociedad de alimentar virtuosamente las múltiples dimensiones que definen el complejo modelo jurídico — político de convivencia que nos dimos para proyectar la vida en comunidad.
Así por ejemplo, en su faz participativa, la Democracia Constitucional se fortalece en la medida que los ciudadanos se involucren con intensidad en el debate público; mientras que, en su faz simbólica, cobra vigor cuando los gobernantes aprenden a emitir señales coherentes con los principios y valores que la definen y que permiten generar cohesión social.
Como muestra gráfica del virtuosismo participativo, pienso en la incansable labor de referentes combativos como Rosa Parks o Martin Luther King, verdaderos paradigmas del compromiso cívico durante la segunda mitad del siglo pasado; mientas que, en lo que refiere a la dimensión simbólica, tengo muy viva la imagen de Nelson Mandela luciendo la camiseta de rugby de su selección durante el mundial que organizó Sudáfrica en 1995 poco después del cese del oprobioso apartheid, para lograr así, mediante un gesto simbólico de raigambre deportiva, la cohesión definitiva de la sociedad partiendo del perdón y del respeto testimoniados con ese detalle en apariencia menor pero cuyo impactó fue decisivo, primero en el campo deportivo e inmediatamente después, en términos de convivencia democrática.
Por tanto, esa gran caldera que denominamos Democracia Constitucional, se alimenta de modo virtuoso, no única pero sí principalmente, en la medida en que la ciudadanía aborde, profundice y analice todas las decisiones trascendentes que orientan la conducta de los gobernantes y, también, en la medida en que éstos sean capaces de emitir mensajes simbólicos que reflejen respeto, gratitud, consideración, empatía, inclusión, transparencia, compromiso con el manejo honesto de la cosa pública, entre otros principios que se desprenden de la trilogía de valores que nos legaran las dos grandes revoluciones (americana y francesa) del siglo XVIII: libertad, igualdad y fraternidad.
Es en ese contexto, que estimo prudente que la ciudadanía aborde y evalúe la decisión del Presidente Santiago Peña de no asistir personalmente al funeral del Papa FRANCISCO, para priorizar un evento privado donde recibiría un reconocimiento individual. En definitiva, es clave que la sociedad tenga claro, más allá del plano discursivo, si quienes gobiernan o quienes integran los poderes públicos, se muestran o no coherentes con lo que predican a boca llena. Como ciudadanos, debemos aprender de una vez por todas, que las personas se definen por lo que hacen y no por lo que dicen.
En efecto, ni bien el Presidente de la República anunció que priorizaría un evento privado previsto para que se le brinde un reconocimiento personal por sobre el funeral del Papa FRANCISCO, se hicieron sentir las críticas ciudadanas. Tratando de enfrentar las voces críticas, el Presidente del Congreso, con el simplismo intelectual reptiliano del que hace gala habitualmente, señaló que “el grado de catolicismo de Santiago Peña no puede medirse por su decisión de no asistir al funeral del Papa así que fin de la discusión”. El descargo del circunstancial y coyuntural abogado de Peña, es relevante para calibrar tanto el Don de gobernante como el Don de gente del titular del Ejecutivo. La defensa dada en su representación, es doblemente ilustrativa en términos cívicos si se considera que ambos Presidentes (del Ejecutivo y del Legislativo) comparten idénticos valores, idénticas convicciones e idéntica praxis política.
Personalmente, considero que la justificación dada por el Presidente del Congreso hubiese zanjado la polémica de no haber sido por tres detalles que transcienden la esfera del cómodo y edulcorado catolicismo que practica el Presidente Peña, a saber: i) El discurso de “Dios, patria y familia” que, de la boca para afuera, orienta las pulsiones autoritarias de la mayoría oficialista coyuntural; ii) La línea de acción principista que, en su encapsulada auto percepción, el Sr. Peña dice respetar; y, iii) El hecho cierto que representa que ningún otro Papa en la historia hizo tanto pero tanto en términos reales y simbólicos por el bien del Paraguay, como lo hizo Jorge Mario Bergoglio.
En términos de debate público ¿qué nos dice entonces la decisión de Santiago Peña de priorizar su presencia a un acto privado de premiación personal y no asistir personalmente al funeral del Santo Padre? Para no abusar de la paciencia de mis escasos y sufridos lectores, abordaré la interrogante únicamente desde media docena de claves democráticas, desechando, al menos, otras tantas aproximaciones de tinte cívico que bien podríamos agregar al debate.
a) En clave democrática y republicana nos dice que, en la práctica y más allá del plano meramente discursivo, el Sr. Peña no adhiere al idealismo principista kantiano desde el cual pontifica sino que, en rigor, es un férreo militante de la versión más rancia del utilitarismo instrumental que cosifica a las personas sin atender la dignidad intrínseca que se reivindica desde el cristianismo o el humanismo.
b) Como consecuencia inevitable de lo anterior, nos dice que para el Presidente Peña, las personas cuentan, única y exclusivamente, si a él le sirven para sus fines utilitarios (léase electorales). Vale recordar a este respecto, que el Sr. Peña no envió emisarios a la Santa Sede cuando tuvo la oportunidad de conocer en vida al Papa FRANCISCO sino que, muy por el contrario, llevó a toda su parentela para luego utilizar en provecho propio las fotografías que se tomó con el Santo Padre. En su concepción utilitaria del ser humano, una vez muerto, el Papa se volvió desechable por lo que es lógico que haya despreciado el funeral en aras de su premiación personal…
c) Siempre en clave democrática, la decisión del Presidente Peña de despreciar el funeral del Santo Padre, nos dice que en su visión de “Dios, patria y familia”, el primer componente de la ecuación es apenas una nota de color y por ello, no tuvo prurito alguno en dejar de lado el funeral de quien, conforme al culto que dice abrazar con tanta fe, es, nada más y nada menos, que el representante de Dios en la tierra.
d) En clave política, la decisión del Presidente Peña nos dice que si en su agenda compiten por el mismo espacio eventos personalísimos de condecoración adulona y eventos de transcendencia pública medulares para el sentir popular, priorizará los espacios funcionales al estímulo de su vanidad y su ego.
e) Nos dice que la gratitud genuina, esa que emana desde el corazón, no integra su repertorio axiológico pues resulta, sencillamente inentendible, que ni siquiera haya sido capaz de, al menos, ejercitar el arte civilizador de la hipocresía para testimoniar un afectuoso y sentido agradecimiento a alguien que, como el Papa FRANCISCO, le hizo saber al Paraguay, con afecto y amor infinitos, que quería nuestro país, que valoraba el coraje y el compromiso de la mujer paraguaya, que gustaba de las delicias típicas elaboradas por las manos de trabajadoras y trabajadores incansables de nuestra sufrida tierra, que visitó el Paraguay para acercarnos personalmente su testimonio de amor fraternal y paternal, que recibió tantas veces a los mandatarios paraguayos en la Santa Sede, por citar solamente algunas de las muchísimas muestras genuinas de consideración hacia nuestro país.
f) Coherente con lo que viene ocurriendo desde que asumió el poder, la decisión del Presidente de no asistir personalmente al funeral del Santo Padre, nos dice, finalmente, que el sentimiento del pueblo y las prioridades de la gente, siempre quedarán postergados si compiten con espacios que le sirven para barnizar su ego, alimentar su narcisismo primario y ejercitar su adolescente vanidad.
La historia le brindó a Santiago Peña la brillante oportunidad de conquistar el bronce en beneficio propio y de todo el Paraguay…lamentablemente para la suerte de nuestro país, Peña desechó el bronce para perseguir el oro… En su relación con el Papa FRANCISCO, sus actos demostraron que lo instrumentó en vida para satisfacer su vanidad mediática cuando las fotos a su lado le fueron útiles y funcionales y lo desechó (se enfatiza, lo desechó) cuando acudió al llamado del Padre Celestial porque simplemente no le era rentable ni electoral ni comercialmente la foto junto al ataúd del Santo Padre.
No pasará mucho tiempo para que Santiago Peña, como ha ocurrido miles de veces a lo largo de la historia con otros ególatras ensoberbecidos por la parcelita de poder que encontraron casi de manera fortuita, corra con la misma suerte que, según la mitología griega, padeció Narciso, ese pobre diablo que vivía enamorado de sí mismo hasta que se lo tragó el estanque donde, con placer onanista, se regocijaba todos los días contemplando su triste y vacío reflejo.
Robert Marcial González